Por fin se han acabado, o eso parece al menos, las desgracias catastróficas en Madrid. Ya no nieva y el hielo comienza a batirse en retirada debido a la fina lluvia que lo deshace.
Ha sido una semana que parecía sacada de una película de ciencia ficción, tanto que yo miraba al cielo temiendo que en cualquier momento apareciera una escuadrilla de platillos volantes lanzando disparos de rayos laser que abatieran edificios como quien pega una patada a un castillo de arena en una playa.
Pero gracias a Dios esto ya pasó, aunque ahora que lo pienso la explosión del otro día en la calle de Toledo de la capital nos dejó a todos con la boca abierta. Murieron cuatro personas, que ya son cuatro más de las que deben morir por razones como esta, pero pudo haber sido una masacre sobre todo en el colegio adyacente al edificio afectado. Resulta que, por el hielo que cubría el patio, no dejaron a los niños salir al recreo, lo que hubiera sido eso, una masacre.
Pero de nuevo gracias a Dios, la catástrofe fue menos abultada de lo que podía haber sido. Y entonces nos llegan las noticias del Covid, que está machacando los records que tenía establecidos, y no sólo en Cáceres o en Murcia. Aquí tampoco nos libramos y tenemos una incidencia tres veces superior a la que la Organización Mundial de la Salud considera de riesgo extremo.
En fin, que echo mucho de menos tirar la bola al agua, dar gorrazos con un hierro siete en medio de la calle y a ciento veinte metros de “green”, cuando había pasado por mi mente dejarla a un metro de bandera, sacar de “bunker” con tres “magníficos” golpes, tripatear desde dos metros para salir con una más donde podía haber hecho una menos y perder bolas nuevas en el primer o segundo golpe dado con ellas. Las situaciones más terrible que me haya encontrado en un campo de golf resultan ser banalidades después del año que hemos pasado y del que parece que tenemos por delante. Lo que vi hace poco en un “meme” de internet: Me han hecho la prueba de estar hasta las narices y he dado positivo…