Ni los campos en que se juega son los más glamurosos, ni el clima suele colaborar para que el juego sea muy vistoso, ni el tipo de juego es el de un torneo americano super dirigido en el que los de cabeza dejan la bola a dos cuartas del hoyo frenándola desde doscientas yardas sin aparente esfuerzo, y sin embargo, año tras año disfrutamos de un torneo competitivo, bonito de ver y lleno de pasión desde el primer al último golpe.
Los campos que entran en la rotación del Open Británico suelen ser Links, y como tales tienen calles llenas de ondulaciones que no siempre se distinguen con facilidad, y “bunkers” imposibles con grandes embudos a su alrededor. La combinación de ambos concluye, muchas veces, en bolas perfectamente “draiveadas” al centro de la calle que botan aquí, después allá y, ¡oh!, acaban en una trampa de arena a la que hay que bajar haciendo rápel y de la que cuesta salir sin escaleras.
Este año, sin ir más lejos, dio el primer golpe Colin Montgomerie, que se había clasificado en las previas justo detrás de Scott Fernández, y cuyo padre fue secretario del club durante décadas, por lo que el jugador escocés conoce Royal Troon como el pasillo de su casa.
En el primer hoyo cayó en un “bunker” para ir abriendo boca, no sacó la bola a la primera, a la segunda tuvo que hacerlo apuntando a un lado y acabó con un doble “bogey” que, seguramente, no entraba en el plan de juego que se había preparado.
Al final, la Jarra de Clarete la disputaron Phil Mickelson, que estuvo imperial desde el primer día, cuando firmó un ocho abajo que pudo haber sido nueve y habría conseguido un récord hasta ahora inédito, y tuvo enfrente a Henrik Stenson, que jugó a su altura, que el domingo superó al americano y que se llevó para Suecia el primer Grande de su historia, algo que el país escandinavo se merecía desde hace años.
Mientras llegó esto último disfrutamos de cuatro días de golf de verdad, con muchos jugadores haciéndolo bien esporádicamente y con estos dos haciéndolo mejor siempre hasta terminar en menos veinte y menos diecisiete, con J. B. Holmes tercero a catorce golpes del ganador. Enhorabuena a los dos por la lección de golf y de deportividad que nos han dado, y hasta dentro de quince días en el próximo y último Grande de la temporada.