Durante los tres primeros días de competición el tanque alemán, Martin Kaymer, dejó claro que iba a ser su cuarta victoria en aquel campo y nadie, ni siquiera Rory McIlroy parecía capaz de discutírselo seriamente.
El germano jugó como suele hacerlo cuando tiene la semana tonta y aplastaba a sus rivales sin aparente esfuerzo y sin rendijas por las que colarse. Así llegó al domingo con seis golpes de ventaja y daba la impresión de que estábamos ante una jornada de trámite, un día que hay que pasar para que el campeonato tenga cuatro jornadas y setenta y dos hoyos, pero que no iba a cambiar nada apreciable en la lista de resultados.
Y entonces aparece un chaval francés casi desconocido, Gary Stal y se marca un 65 haciendo siete birdies y ningún boggie que le lleva a los 19 bajo par y termina la competición con un golpe de ventaja sobre el número uno del mundo y dos sobre el dominador hasta ese día, el mencionado Kaymer.
No tengo nada contra Martin, que fue decisivo en el equipo europeo capitaneado por Olazábal y que me parece un jugador fantástico, pero no me desagrada que las clasificaciones aplastantes no lo sean tanto. Cuando una racha como la que protagonizó Tiger durante años se prolonga todo pierde interés y frescura, y la prueba está en que, desde la caída de la dominación de Woods por sus lesiones y sus problemas personales, el golf mundial está más animado y han pasado tres o cuatro jugadores por el número uno del ranking hasta llegar Rory, que sí ha conseguido instalarse con cierta solidez.
Seguramente ha habido muchos aficionados no alemanes que el tercer día del torneo de Abu Dhabi estaban un poco hartos de la dominación de Martin y, probablemente, ni llegaron a ver la cuarta jornada. En fin, es sólo una opinión pero es mi opinión. En lo que a mí respecta, me alegro de la variedad y, como dirían los compatriotas del ganador, ¡qué viva la diferencia!