Por un lado tengo claro que el Open Británico es el torneo de golf más antiguo del mundo, el que más prestigio da y que ganar una Jarra de Clarete debe ser “la pera”. Cada año se juega en un campo distinto. En recorridos diseñados casi por la mano de la naturaleza y en donde el golf se juega como se hacía, seguramente, hace más de 100 años.
En Augusta las cosas son muy diferentes. El campo se cuida hasta la extenuación. A pesar de ser un club con apenas 300 socios es difícil ver a alguien jugando en sus inmaculadas calles alguna vez. Ni siquiera los propios profesionales se atreven a cruzar la verja para entrenar. Sólo unos pocos han tenido la fortuna de andar por un campo considerado como un mito de este deporte.
Y es que el Augusta National se prepara para su cita anual con meses de antelación. Trabajos en los que participan cientos de operarios y en los que se invierten mucho dinero. El Masters es un gran torneo pero también un gran negocio y de eso en Augusta saben una barbaridad. Quizá por esa razón Tiger Woods vaya a jugar después de cuatro meses desaparecido. Por eso vaya a dar allí su primera rueda de prensa tras más de 100 días sin abrir la boca y por eso le pondrán el mejor partido posible, para que disfrute al máximo, pase el corte y, si puede y le dejan, gane su quinto Masters.
Yo, que vivido y disfrutado estos dos torneos “in situ”, puedo decirles que los dos tienen un sinfín de atractivos y también de puntos en contra. Si tuviera que elegir me costaría mucho, pero seguramente elegiría las verdes y perfectas calles de Augusta antes que los fairways naturales de Saint Andrews o de cualquier otro campo inglés o escocés. Simplemente es cuestión de gustos, como los Rollings o los Beatles.
Por pedir -que creo que es lo que haríamos todos- solicitaría poder ir a los dos, pero los deseos es lo que tienen, uno y no más. Yo me quedo con Augusta, ¿y usted?