553 días después de su victoria en el World Golf Chapionship – HSBC Champions, el norirlandés Rory McIlroy volvía a ganar una prueba del PGA Tour y lo hacía sobre un recorrido con el que mantiene una fuerte vinculación.
Como el mismo explica, desde que lo vio por primera vez “el campo me encantó y ese amor ha sido correspondido”. Una correspondencia que se ha repetido por tercera vez ya que McIlroy ganó este torneo también en 2010 y 2015, aunque esta vez ha sido aún más especial.
Primero por el tiempo transcurrido desde la última vez que subió al podio, después por que estuvo a punto de retirarse el miércoles cuando se lastimó en el cuello y, por último, por que esta es su primera victoria como padre. Una victoria que se ha producido justamente el domingo en que el mundo anglosajón celebra el Día de la Madre. Con tanta emoción junta, el norirlandés no podía evitar que se le humedecieran los ojos.
La decimonovena victoria del británico en el circuito americano llegaba en una semana que no empezó bien para él, pero que supo encarrilar después de los 66 golpes con los que completó la segunda jornada. A partir de ahí, los 68 golpes del sábado le auparon hasta la segunda posición, para completar el domingo, con el mismo resultado y, a pesar del bogey del 18, arañar el golpe que acabó por evitar que el mexicano Abraham Ancer le obligara salir a desempatar.
Este resultado supone, además, una zancada de ocho puestos en el ranking mundial donde Rory McIlroy ocupa, desde ayer, la séptima posición.