Sin público que le aplaudiera el hito, el forzudo Bryson DeChambeau se adjudicó en septiembre el U.S. Open. El segundo torneo de Grand Slam tras el confinamiento fue el primero en llegar a las vitrinas del estadounidense que, para entonces, ya las había adornado con seis títulos en el PGA Tour a pesar de su juventud.
Precisamente, el abierto de los Estados Unidos fue un torneo dominado por los jóvenes. Mientras DeChambeau, que contaba con 27 años, se hacía con el título, el segundo en subir al podio fue el también americano Matthew Wolff quien, con apenas 21 años, y en su primer intento sobre en el U.S. Open, estuvo a punto de aguarle la fiesta al bueno de Bryson que supo mover su renovada musculatura para, a fuerza de golpes brutales, quitarse metros y rebajar el número de golpes hasta dejarlos en seis bajo par. Un resultado que le llevaba a exclamar un lapidario “no puedo creerlo”.
Y si el campeón de la 120 edición del US Open no podía creerse su propia gesta, habría que ver como se sentían los dos españoles que lograron sobrevivir al corte. Jon Rahm y Rafa Cabrera Bello acababan emparados con un más que discreto +10 que les situaba en vigésimo tercera posición.
Un puesto en la clasificación que, sobre todo a Rafa tuvo que dejarle un sabor verdaderamente amargo. Especialmente cuando en sus tres primeras rondas los resultados le acompañaron. Sin embargo, una vez más, el domingo le pasaba factura al canario que terminaba firmado un +8 que dio al trate con cualquier pretensión por su parte.
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