Viajar nunca ha sido tan fácil. Royal Isabela, al oeste de Puerto Rico, nos traslada a Escocia en un abrir y cerrar de ojos. Un campo tipo links en pleno Caribe que es posible gracias a la locura de dos hermanos que en 2008 tuvieron este exclusivo capricho de golf.
Son las 11 de la mañana y la tienda de golf abre sus puertas. No hay nadie, pero José está colocando los cojines de los sofás y encendiendo el aire acondicionado. A los 20 minutos ya han llegado dos personas para organizar su salida en Royal Isabela con su correspondiente caddie, algo obligado en este exclusivo Club.
Son 100 socios para este campo de 18 hoyos más alguna sorpresa que deslumbra por traer lo más tradicional del golf a una isla del Caribe. Ellos y sus invitados son los que pueden acceder a la Casa, y disfrutar de un recorrido tipo links junto al Atlántico, al oeste de Puerto Rico.
Hay otra forma de acceder a estas instalaciones. 20 villas denominadas “casitas” con capacidad para cuatro personas. Está pensado para aquellos que llegan a Puerto Rico y quieran disfrutar de un campo construido respetando la orografía y la vegetación, dando como resultado un campo con calles onduladas y con acantilados que recuerdan al golf escocés de los comienzos.
La idea fue de dos hermanos, Stanley y Charlie Pasarell, que con ayuda del arquitecto David W. Pfaff, crearon en 2008 este escenario al estilo más purista que ayuda también a viajar en el tiempo. Calles onduladas, viento, búnkers profundos y acantilados devuelven al golf su esencia.
Los 18 hoyos están algo desordenados por la finca, y de hecho, no se recomienda hacerlo a pie. Además, el calor en el Caribe aprieta, y como en todos los campos de la isla, el agua en la nevera y la toalla es algo asumido. Por eso, como mínimo del 6 a 7, y del 9 al 10 el camino se hace en carrito.
El hecho de tener caddie viene bien también para no perderse en las calles. Algunos tiros ciegos que para la primera vez necesitan una orientación. Luego, las ondulaciones del terreno hacen el resto. En el hoyo 1, Mirilla, se puede ver las primeras olas del mar y a medida que se avanza se va descubriendo el océano.
La primera vuelta es más estrecha aunque cuenta con el primer capricho en el hoyo 6, que puede ser par 4 o par 5 según se juegue uno de los dos greenes con los que cuenta. Por eso la tarjeta puede ser par 72 o par 73. Además destaca el hoyo 9, “La charca del diablo”, un par 3 con green en isla.
La segunda vuelta es más abierta pero el viento entra todavía más en juego por estar más cerca del mar. El hoyo 10 es un aviso. “Huracán” es un par 5 con dog leg a la izquierda. Ideal para aventureros que quieran acortar buscando peligro.
En el hoyo once hay un segundo capricho. Un hoyo privado que no entra en la tarjeta pero que se puede jugar. Es un par 3 con el green junto a un mirador desde donde poder contemplar las ballenas que pasean por el Atlántico. Tras este receso se sigue el juego sin penalidad. Y llega el primer contacto serio con el mar. El hoyo 12 obliga a saltar un primer acantilado desde donde ver en la roca la famosa cara del indio, una silueta en la que se puede adivinar ese rostro ante el mar.
El green del 12 se comparte con el del 14, de vuelta también cara al océano y donde el juego contra el viento se hace imprescindible. El 16 parece esconderse del mar pero en seguida llega el 17, un par 3 de 200 yardas que obliga a saltar otro acantilado. Intimida pero en ocho años ya se han hecho cinco hoyos en uno en este hoyo.
Tras pasar esta prueba, en el 18 espera la Casa, toda de piedra, de estilo colonial, que acoge sin distinción al jugador victorioso y al derrotado con una gastronomía a cargo del chef José Carles.
En la tienda, un arcón que sirve de mesa sobre la que se presentan varios libros de golf tiene un escudo en el que se puede leer “Hoc signum vere pecuniae est”. Una vez consultado el significado de estas palabras en latín uno accede al mundo Isabela. “Esto sí que es un signo de riqueza”, un capricho de golf en el Caribe.