El insultante control racional de Jordan Spieth en Augusta parecía contradecir una de las reglas del golf. La emoción y la intensidad de cada golpe dejaban paso a una máquina que el primer día firmaba 66 golpes sin errores. El defensor del título parecía encaminarse a su segunda Chaqueta Verde. Las apuestas que lo ponían de favorito alzaban el pulgar y señalaban su nombre escrito en la espalda, mostrando su sabiduría en esto del golf.
Augusta tenía guardadas varias sorpresas y a pesar de que tardaron en llegar fueron especialmente inesperadas. Tras dos jornadas dubitativas, con Jordan Spieth abriendo la puerta a sus perseguidores como esperando a que llegaran puntuales a la cita de este Masters, llegó el último día con una primera vuelta otra vez matemática, con cinco birdies y un bogey.
Pero llegó el surrealismo del golf. El subconsciente quedó liberado y comenzó la emoción del Masters y las volatilidades de Augusta, que en un momento te da y te quita. Tenía que ser el Amen Corner y en concreto el hoyo 12 el que destara esa camisa de fuerza. Un cuádruple bogey de Jordan Spieth, unido a "uno de esos días" de Danny Willett, daban la campanada.
El inglés reconocía que "ha sido un día surrealista", con 67 golpes sin errores, partiendo a tres golpes del líder y terminando con tres golpes de ventaja sobre Spieth y Westwood. Las apuestas perdían papel, con el defensor intentando reaccionar, con Rory McIlroy sin química, y con el número 1, Jason Day, sin encontrar un rumbo definido.
Ha quedado demostrado que el Masters y por supuesto el golf, es surrealista, una característica que aporta todavía más interés y emoción a este deporte. Se podría decir, como en otros deportes, que golf es golf.