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Opinión

Clubes sin campo

Por Guillermo Artola
martes 12 de septiembre de 2017, 20:29h

Circunstancias especiales que no vienen al caso han hecho que este verano haya jugado muy poco, prácticamente nada, dos veces, vamos. Seguramente a nadie le mejora su juego no practicar nada y jugar casi lo mismo, pero desde luego a mí me mata. Y claro, cuando tengo la oportunidad de sacar los palos de la bolsa para algo más que limpiarlos, sacarles brillo y llorar amargamente al guardarlos sin dar ni un golpe, me tiro de cabeza a jugar lo que sea.

Por eso este fin de semana, el sábado concretamente, disputé el Campeonato de Madrid de Clubes sin Campo. Un club, mi club, tuvo la amabilidad de invitarme a formar parte del equipo de siete que participaba en este torneo y yo, inconsciente de mí, ni me lo pensé. Acababa de decir que sí, que muchas gracias por acordarse de mí, cuando me enteré de que la modalidad de juego era Medal Play.

Se contabilizaban todos los disparos, sin levantar bola ni ante el más monstruoso de los montones de golpes, y al terminar la tarjeta se restaba el hándicap de juego del jugador. Lo justo, lo más apropiado para mi inexistente consistencia de juego en momentos como éste, en épocas en las que me gasto menos en “green fees” que Puigdemont en asesores legales.

Todo esto junto no presagiaba nada bueno, es evidente, pero no acabó ahí el problema. El campo en el que jugamos fue El Encín, un recorrido que me entusiasma y del que siempre he dicho que es fantástico. Sobre el papel es un campo difícil, imposible casi, pero luego lo juegas y está tan bien diseñado que los millones de “bunkers” se quedan casi siempre fuera de tu alcance, y permite a un manta como el que habla hacer un resultado digno. Pero mira por donde, este verano han tenido problemas con el agua y han decidido, muy inteligentemente usarla para mantener los “greenes” y los “tees”. Las calles recordaban al Open Británico y estaban amarillas y secas.

Como además yo tiro la bola muy baja con el “driver”, ¿por qué quiero?, no, porque me sale muy baja y punto, pues claro, hacía metros y metros rodando por el suelo. Así, me acercaba al “green” mucho más que de costumbre, lo que obviamente iba a darme una oportunidad. Y así fue en los dos primeros hoyos que jugué, el diecisiete y el dieciocho. Y así hubiera seguido si no fuera por mis gorrazos con las maderas de calle, sólo superados por mis rabazos con los hierros y por mis pedradas con el “putter”, y ¿lo adivinas?, con mis “drives” largos y rodantes que esta vez sí, llegaban alegremente a los “bunkers”. En fin, otra vez será y espero que con otro resultado…

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