Puede que se libren en Canarias o en algunos sitios de Andalucía, es verdad, pero en el resto de España dan ganas de decir que si no es imposible jugar al golf, cerca le anda. Ya sé que los británicos, los que al menos oficialmente inventaron este juego, dicen que al golf se puede jugar incluso con sol.
Ellos, los pobres, que durante buena parte del año tienen que mirar fotos si quieren ver al mencionado sol, juegan casi bajo cualquier condición meteorológica y seguramente se extrañarían si supieran que en días como hoy la mayoría de los españoles no jugaríamos al golf salvo por una razón de peso como por ejemplo faltar al trabajo, y algunas veces ni por esas.
Hay teorías que dicen que los recorridos tienen dieciocho hoyos porque ese era el número de chupitos de whisky que salían de una botella, y así, en cada “tee” o en cada “green”, eso no lo tengo del todo claro, podías meterte entre pecho y espalda un reconstituyente que te hiciera entrar en calor. Al cariño que le tengo a los hijos de la Gran Bretaña por estos dos inventos, golf y whisky, se suma una tonelada de admiración, porque yo no sería capaz de tomarme dieciocho chupitos de licor en un recorrido de golf y seguir dándole a la bola, metiendo “putts” de un palmo y apuntando los resultados.
Pero todo depende de cómo se mire cada situación. Es verdad que hace un frío de importancia, pero también podemos pensar que hay que pasar por el invierno para que lleguen la primavera y el verano y podamos jugar a gusto, sin envolvernos en quince capas de ropa que quitan el frío y sirven de excusa para explicar lo poco y mal que giramos. Yo me declaro un entusiasta del verano, prefiero que haga demasiado calor que un poco de frío, y los años que voy acumulando me han servido para aceptar que para que llegue el estío hay que pasar por el crudo invierno y por los meses de mayo o junio en los que ya no tenemos que examinarnos, es verdad, pero hay que hacer la declaración de la renta y pagar algo más que un “green fee” a ese señor feo y bajito que nos crucifica cada año.