Ya he preparado todo para sentarme frente al televisor y devorar las imágenes, todas las anécdotas y circunstancias, incluso hasta los más mínimos detalles, por eso ya he dejado programado mi Iplus por si me fallan las fuerzas.
El Masters me enseñó dónde estaba Augusta en el mapa, me hizo sentir el amor por una canción "The Masters Theme Song", en especial la versión de Don Cherry, que de vez en cuando escucho con los ojos cerrados y me transporta por las calles de los hoyos con nombres de flores.
También despierta el morbo y mis bajas pasiones, y aunque esté mal decirlo, estoy deseando ver jugar el hoyo 10 antesala del Amen Corner y disfrutar viendo cómo se las ingenian los jugadores para sortear las dificultades. Me encanta ver a jugadores profesionales y aficionados jugar los pares tres sin el rictus que llevan en la cara durante la competición, ver que son humanos, personas como nosotros, me gusta hasta el uniforme de los caddies, si estaré loco por este torneo que me gustan hasta los planos fijos que tanto he criticado en las retransmisiones.
No importa si juegan bien o mal las grandes figuras, Rory intentará quitarse esa espina que lleva clavada desde el 2011, esa espina se llama 80, que son los golpes que hizo en la última jornada, la chaqueta verde seguro que le quedaría bien, cómo estará Tiger, si Mickelson tendrá una de sus pájaras, si los nuevos vienen apretando, quizá Jordan Spieth o Henrik Stenson culminen las esperanzas que muchos hemos depositado en ellos. Quizá Sergio si se olvida de que la presión existe, él tiene capacidad y juego para ganarlo.
Pero la magia del Masters está por encima de todo y de todos. El Augusta National lleva meses preparando este evento, yo no tanto, pero voy preparando el sofá para cuando empiece el espectáculo. Yo ya fui peregrino en el Camino de Sant Andrews, espero algún día poder disfrutar in situ de este magno acontecimiento.