No ha tenido suerte el gran José María Olazábal en su décimo octavo US Open tras estar casi cinco años sin jugar este torneo. El español está todavía intentando coger el ritmo a la competición, los viajes, los torneos, las rondas de entrenamiento y el olor de las calles y los greenes tras casi más de dos años embarcado en la nave de la capitanía de la Ryder Cup. Y eso se nota aunque todo hace indicar que Olazábal vuelve a ser jugador otra vez.
Y no porque en este US Open haya terminado con dos vueltas de 75 y 81 golpes, más dignas de un jugador de poca monta que de un profesional de su calidad. Pero esas cifras, simplemente, no se adecuan a la realidad del día a día y de los campos en los que José Maria va a jugar habitualmente.
Habrá quien esté deacuerdo con este tipo de campos artificiales, forzados a la extrema dificultad y dignos de las mejores pesadillas de cualquier jugador. Pocos, o casi ningún jugador que está tomando parte en el torneo, parecen disfrutar con lo que están haciendo y como lo están haciendo. Otra cosa es que disfruten con la sensación de jugar un Major y luchar por su triunfo pero parece que lo del campo es más una tasa que un premio.
Lo de Chema es un mal resultado, si, pero a pesar de eso seguro que ha salido orgulloso y felíz de haberse sentido de nuevo jugador en un Major en el que se ha ganado su plaza por pleno derecho, no por su historial. Seguro que antes o después veremos al guipuzcoano volviendo a ganar, y no es un brindis al sol.
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