En la mili –los más jóvenes dirán que qué demonios es esto- cuando te daban la ansiada blanca, decía “el valor SS”, es decir, se le supone. En el golf tener licencia y hándicap no supone tener un nivel suficiente de juego, muchos llevamos algunos años en esto y nuestro hándicap parece que lo cantara Ricky Martin, un pasito p’alante y otro p’atrás, cuando no son dos. Pero sí debería suponer que te sabes comportar en un campo, que conoces lo mínimo de las cuatro reglas, ya sabes, que fuera de límites es volver a jugar una nueva bola desde el mismo lugar y tiene una penalización de un golpe, que cuando te vas al agua tienes que dropar, y que también penaliza. Decía el gran Seve que las reglas están para ayudarte; él se benefició en multitud de ocasiones de su gran conocimiento de las reglas y de las decisiones de Saint Andrews. Pero una cosa es beneficiarse por conocimiento, otra desconocerlas y otra muy distinta querer aprovecharse por desconocimiento fingido. (Otro día nos ocupamos de las reglas básicas).
Hoy quería hablar del comportamiento en el campo de golf, especialmente del juego lento y muy especialmente de la lentitud con la que se mueven algunos jugadores en los torneos. El stableford se inventó para que los jugadores mediocres como yo puedan salir al campo sin entorpecer el desarrollo del juego del resto. Que no puntúas en un hoyo, bola al bolso y a pensar en el siguiente tee. Bueno, aceptamos que sigas jugando, como entrenamiento y amortización de tu green-fee, si por delante no pierdes hoyo y por detrás no has montado una caravana que el campo parece la nacional VI en la salida de Semana de Santa.
Uno de mis primeros profes en esto del golf me dijo “camina deprisa, juega despacio”. Lo primero lo consigo, lo segundo lo intento, pero después de dar dos rabazos seguidos lo más probable es hacer lo contrario, jugar rápido y caminar despacio.
Cuando juegues caminando ve pensando en tu siguiente golpe, en cómo ha quedado tu bola según te acercas a ella, en qué obstáculos tienes por delante, en cuánta es la distancia que te separa del objetivo, en definitiva, en qué palo quieres jugar. No dejes la bolsa 15 ó 20 metros por detrás, no vaya a ser que confundas la elección del palo y tengas que retroceder a cambiarlo. Y si lo cambias, por Dios, llévate la bolsa junto a tu bola. Si tienes que retroceder otra vez es desesperante para tus compañeros de partida. Y si en tu bolsa no encuentras el palo adecuado, échale un vistazo a la mía, igual alguno te sirve.
Muchos piensan que los jugadores de peor nivel son los que atascan el campo, pero esto no es siempre así. Muchos jugadores mediocres, como yo, intentamos no perder hoyo por delante y no montar atasco por detrás y a los que todavía no saben moverse correctamente en un campo debemos ayudarlos. Todos tenemos que ejercer una labor pedagógica con nuestros compañeros de partida noveles. Ya que casi ningún profe de golf se preocupa por enseñar estas reglas básicas a sus alumnos antes de salir a un campo, aprovechemos las ocasiones que nos brinda una partida para ayudar al novel a saber estar. No sólo se trata de golpear a una bola el menor número de veces posible hasta empujarla a un agujero que está a 300 metros. Conmigo lo hicieron y siempre les estaré agradecido.
Luego están los buenos, los jugones, los que necesitan menos golpes, es verdad, aunque algunos lo hacen todo, todo, todo como los profesionales, todo menos el golpe. Y los mediocres que se creen buenos: pinchan el tee, colocan la bola, se colocan en posición y cuando crees que van a hacer un swing de prácticas, zas¡¡¡, se retiran de la bola, despellejan cuatro briznas de hierba y las lanzan a las alturas –joder, si no hace viento, pienso para mí-; se vuelven a colocar, uno, dos, tres swings de prácticas, adelanta los pies y “ahora la va a romper”. Algo le perturba y se vuelva a retirar. Te dan ganas de decirle, ¿la vas a pegar hoy o volvemos mañana?. Y le podrá pegar mejor o peor, pero se ha comido parte de tiempo del resto de jugadores. Ahora llego al green, miro la caída de un lado, la del otro, la del centro, me espatarro como Villegas, me pongo en cuclillas y alineo bola y hoyo con la varilla del putt, miro la bola, miro el hoyo, una vez, otra y otra y patea –y yo pienso, por su padre que la meta; parece que se está jugando el último putt del último día en Augusta-. Y esto durante 18 hoyos, entre 75 y 90 veces, entre drives, maderas, hierros y putts.
Yo así no disfruto, ni cuando juego una pachanga ni cuando juego un torneo. Es desesperante. Tener que esperar en cada salida, en cada golpe, desconcentra a cualquiera.
En un torneo con salidas “partida a partida” la primera en jugar va a marcar el ritmo. Por eso, normalmente, los primeros son los jugadores con un hándicap inferior. ¿Cómo es posible tardar más de seis horas en jugar un recorrido de 18 hoyos? ¿Cómo es posible perder hoyo y medio cuando se han jugado tres? Y lo más grave, ¿porqué se permite? Sí es cierto que los Marshall te dan un toque de vez en cuando para que aceleres tu ritmo, pero ¿a vosotros os han penalizado alguna vez por juego lento?, ¿habéis visto que lo hayan hecho en alguna ocasión con jugadores de vuestra partida?. Yo no. Quizás, si esto empieza a ocurrir, todos juguemos un poco más rápido.
Mirar hacia delante agiliza el juego, pero mirar de vez en cuando para atrás, también. Dar paso no es ninguna deshonra, es una regla de cortesía, una de las primeras que todos debemos aprender. Camina rápido, juega despacio y, de vez en cuando, mira hacia atrás.