Hoy varias personas me han comentado que “vaya British más flojito”. Quizá lo digan por que el ganador no era conocido, porque no tenía el tirón mediático de los grandes jugadores mundiales y porque los nuestros no han escalado al final hasta los primeros puestos de la clasificación.
Sin embargo, para mí ha sido un gran Open Championship. Primero porque ha confirmado que el golf, como deporte de máximo nivel, necesita que sus jugadores, y hablamos siempre del máximo nivel, estén al cien por cien para luchar por la victoria. Quizá hace algunos años un profesional de calidad estando al 70% podía ganar un torneo importante. Sin estar física y mentalmente al máximo podía luchar por la victoria y esconder sus carencias.
Pero ahora eso es imposible. Si no se está perfecto, con la cabeza en su sitio, pensando sólo en golf y concentrado en lo que estás haciendo, es materialmente imposible poder rendir a un buen nivel en un torneo tan exigente como este. Una cita, por cierto, un poco deslucida por el viento -llegaron a soplar rachas de hasta 50 kilómetros por hora-, pero rachas que han dotado al torneo de un atractivo que muy pocos tienen. A la belleza del campo hay que sumar los cambios contínuos en el marcador en apenas un par de horas.
El que estaba el primer día como líder destacado del torneo -léase McIlroy, con nueve abajo- estaba al día siguiente por mor del viento a 17 golpes de distancia con sólo 24 horas de diferencia. Quizá por eso no sea Oosthuizen el mejor jugador del circuito pero si uno de los más listos de la clase.
Supo aprovechar su momento, cogió el viento en la segunda jornada en su mejor momento y como si de un velero de velocidad se tratase surcó las calles de St. Andrews con la mejor mar posible. Nadie pudo pararlo. Ni el sábado, a pesar de que muchos hablaban de que no aguantaría la presión, ni el domingo, que con Paul Casey mordiéndole los talones, aguantó estoicamente hasta el hoyo 18. Seguramente, si hubiera tenido jugar otros 100 hoyos más, nadie le habría dado alcance.
Este British quedará en la memoria como el que no ganó Tiger, como el que pudo ganar MacIlroy con apenas 20 años y el que se llevó un joven sudafricano, amante de la caza y la pesca y que ya luce junto a su jarra de clarete en su casa el premio que consiguió hace unos meses en el Open de Andalucía. El año que viene, el torneo organizado por Jiménez tendrá en su campo, defendiendo el título, a todo un campeón del Open Británico. No está nada mal.
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