Que Tiger Woods va a volver a jugar no lo duda nadie. La gran pregunta es ¿cuándo lo va ha hacer? Algunos hablan de Dubai por la lejanía con su entorno americano, otros que su retorno se producirá en el Masters de Augusta, el lugar donde ganó su primer Major y donde remacería como Ave Fenix de sus cenizas mediáticas.
La realidad es que nadie, absolutmente nadie -excepto él y sus abogados- tienen idea de cuando se producirá el retorno a la competición de este hombre que el año pasado ganó seis torneos en el circuito americano, la Presidents Cup por equipos y el Masters Australiano y que en apenas unas horas ha recibido los galardones de mejor jugador del año en Estados Unidos, tanto por la Asociación de Periodistas de Golf Americanos como por los propios jugadores de la PGA.
Da la sensación que ahora, reconocidos los errores en su vida privada los estamentos deportivos y sociales de Estados Unidos quieren no perder a la figura y al icono mundial del deporte. Lo quieren recuperar cuanto antes ante el temor de que pueda entrar en una depresión o que se le pase por la cabeza dejar este deporte un poco más de tiempo del debido.
Basta un ejemplo: la cadena norteamericana de información financiera, Bloomberg, ha estimado en más de 250 millones de dólares las pérdidas de la PGA desde que Tiger Woods anunció su retirada del golf profesional de manera indefinida. Esos 250 millones seguro que crecerán sin Woods no coge los palos pronto. Audiencias televisivas, venta de entradas, venta de productos, anuncios, campañas en televisión y falta de interés por un deporte que sólo en Estados Unidos tiene cerca de 20 millones de practicantes.
La industria del golf, visto lo visto, empieza a darse cuenta que la vida de Tiger es suya, es privada y a él solo interesa solucionarla. Pero interesa que la solucione por todos los que de, una manera u otra, tienen que ver con este negociado. Quizá por eso casi todos han vito con muy buenos ojos la elección de Elin Nordegren, de Sorrell Trope como abogado para encabezar la demanda de divorcio que le están preparando a Woods. En ella la custodia de los niños sería para la sueca y, además, Woods deberá de sacar de su cuenta corriente entre 250 y 300 millones de dólares.
Quizá la cifra pueda parecer excesiva para el resto de los mortales, pero para Woods no es más que una minucia si quiere volver a jugar al golf, alcanzar a Nicklaus en los 18 grandes y seguir siendo el número uno de este deporte, además de seguir mantreniéndolo como una de las disciplnas más rentables del deporte profesional mundial. Ser el deportista número uno del mundo tienen ese precio y, seguramente, Woods ha hecho cosas a lo largo de su vida que no hubiera llevado a cabo sino tuviera la posición que tiene. Todo esto, estos barros y estos lodos vienen con el paquete de la fama, el dinero, los medios de comunicación, la presión, los abogdos, la imagen que hay que dar y otra tantas cosas que muchas veces no pensamos.
Da la sensación que el culebrón Woods está cerca de terminar y que acabará cuando Elin y él firmen el divorcio, ella se vaya a vivir a Suecia con la cuenta corriente bien llena y sus dos hijos bajo el brazo y él se aburra sin jugar al golf. Otra cosa es como volverá, cuando lo hará y en que estado.