La verdad es que no es muy normal que un lunes a las dos y media de la madrugada, en plena celebración del Día de Acción de Gracias, uno pueda tener un accidente a las puertas de su casa y tragarse el árbol del vecino. Si, además, ese alguien se llama Tiger Woods, es el número uno del mundo en el golf e icono de millones de aficionados al deporte, sobre todo en Estados Unidos, la mecha ya está prendida para especular, hablar, publicar y destrozar todo lo que se ponga por delante.
En apenas unos días hemos pasado de un ‘grave accidente’ -información que facilitó en su primer comunicado la CNN- a un lío de faldas. Casi sin solución de continuidad hemos podido leer como la actual mujer de Tiger Woods, la sueca Elin Nordegreen, pasó de ser la salvadora de su marido, sacándole del coche por la ventanilla de atrás después del impacto contra el árbol y con Tiger sumido en la inconsciencia, a la culpable de todo lo que pasó, con arañazos en la cara de Woods incluidos, que tuvo que salir corriendo de su casa para refugiarse en el coche de los ataques de su mujer presa de la ira y de los celos al enterrarse y confirmar que Woods tenía un lio con una tal Rachel Uchitel y que ésta había llamado esa misma noche por teléfono a su amante.
No me imagino yo, de verdad, la escena de Tiger Woods corriendo por el jardín hablando por teléfono con Uchitel y con Elin con un hierro siete en la mano blandiéndolo como si fuera a darle al Tigre su merecido. Después, la escena seguiría con el número uno del mundo logrando meterse en su coche y haciendo una extraña maniobra mientras la sueca, la madre de sus hijos, presa de los celos, destrozaba la ventanilla del conductor de un certero golpe con el hierro 7, haciendo que Tiger se tragara primero una boca de riego y finalmente empotrara su Cadillac Escalade en el árbol de su vecino.
Quizá la realidad pueda parecerse a esta sucesión de hechos que más parecen sacados de una película de Almodóvar que de la vida real pero, de momento, no sabemos mucho más. Lo que sí creo es que los medios de comunicación, por lo menos aquellos que se dedican a informar de deporte, deben de hacer eso, informar. La vida privada de Tiger, de su mujer y, por supuesto, de sus dos hijos son suyas y sólo suyas y habrá que respetarlo todo lo que se pueda. Como deportista Tiger es intachable y hasta ahora parecía que su vida privada también. El mismo ha dicho ya que “no soy perfecto”, con lo que se puede atisbar que algo, efectivamente, pasa.
Intentemos cuidar a la persona y al deportista, que para remover en las miserias de cada uno ya están los de la prensa amarilla, sensacionalista y del hígado que, como ya sabemos, esperan como buitres situaciones como esta para hacer su agosto.