Hace años que me encanta el “swing” del australiano, diría que la versión blanca y casi domesticada del “swing” de Tiger, y como éste me parece imposible de copiar por parte de los simples mortales. Lo grande es que el que parecía que iba a llevarse de calle el Campeonato del Mundo que estaba en juego, el Cadillac Championship, tiene un swing aún más salvaje que el de Adam, y durante tres días le funcionó como un reloj.
Los golpes de “driver” y de madera de ambos, pero sobre todo de Rory son cosa de otro mundo. Los aficionados que no le pegamos ni largo ni corto nos quedamos muchas veces extasiados cuando nuestro “drive” pasa de los doscientos metros, y menos mal que se nos olvida pensar en que el irlandés le pega otros cien metros más sin aparente esfuerzo y poniendo la bola donde quiere la mayoría de las veces. Otro deporte, sin duda.
Bien, pues Adam Scott le pega un poco menos, no demasiado pero un poco menos, y demuestra una vez más que el golf no es sólo un deporte basado en la potencia. Desde luego que ayuda dar segundos golpes con dos o tres hierros menos que tus rivales. Todo el mundo es más preciso cuanto más corto sea el hierro que está golpeando, pero a veces surge la chispa en manos de un jugador y, a pesar de la distancia perdida respecto a sus rivales, el resultado del golpe a “green” es mejor y la tarjeta abulta menos al acabar el dieciocho.
Parece que estoy hablando de Miguel Ángel Jiménez jugando con los jovenzuelos a pesar de ser senior, pero esta vez no es Miguel el protagonista. En esta ocasión hay que aplaudir a Adam Scott, que jugando muy bien de “tee” a “green” y manejando el “putter” convencional como si nunca le hubiera dado problemas y nunca hubiera utilizado el “putter” escoba, ha ganado dos torneos consecutivos en el PGA Tour, el Honda venciendo a Sergio García y el Cadillac haciendo lo propio con Bubba Watson, Rory McIlroy, Danny Willet y Phil Mickelson.
En fin, felicidades a Scott y ojalá que veamos muchos torneos tan competidos y apasionantes como lo ha sido éste.