La noticia es que no hubo noticia, o más bien que los capitanes decidieron no complicarse la vida y tirar por lo aparentemente más seguro. Nadie le podrá echar nada en cara ni a Keegan Bradley ni a Luke Donald si cualquiera de los dos equipos es derrotado en Bethpage. A las ya elecciones de Bradley con Justin Thomas, Collin Morikawa, Ben Griffin, Cameron Young, Patrick Cantley y Sam Burns, que completaron el equipo americano, se unieron hoy las previsibles de Luke Donald con Shane Lowry, Jon Rahm, Sepp Straka, Ludvig Åberg, Viktor Hovland y Matt Fitzpatrick. Por lo menos Bradley tuvo el coraje de seleccionar a dos rookies; el único del bando europeo, Rasmus Højgaard, ganó su plaza en el equipo bajo la bocina.
Las lágrimas de Matt Wallace el domingo dejaron claro que la Ryder Cup es un universo completamente diferente a lo que cada semana podemos ver en los campos de golf a uno y otro lado del océano. Creo que Donald y el Circuito Europeo han perdido una oportunidad de oro de reivindicarse. Teniendo en cuenta que los 12 integrantes europeos son jugadores cuya base está en Estados Unidos, y vienen los justo por Europa. Un nombre como Marco Penge no solo hubiera sido un soplo de aire fresco en el equipo, un revulsivo en la recámara de Luke Donald, cuya potencia y desparpajo habría cuadrado con las longitudes del temible campo negro de Bethpage. Penge es, además, un jugador hecho en Europa, con dos victorias este año y contando sus últimas actuaciones por tops-10. Moraleja: si juegas en Europa, no te comes un colín. Aunque es cierto que las diferencias entre el PGA Tour y el DP World Tour se antojan abismales; la muestra, esta misma semana, con la victoria de Thriston Lawrence en Suiza después de venir de una lamentable temporada en el PGA Tour, donde en 18 torneos falló 12 cortes y solo fue capaz de terminar una vez entre los 10 primeros. Aún así, insisto en que en una competición como la Ryder Cup, un factor inspirador como el empuje de un rookie virgen e ilusionado siempre debería funcionar en determinadas situaciones, incluso en ambientes hostiles como el de Nueva York.
El conservadurismo de Luke Donald es decepcionante; lo único que cambia en su equipo con respecto a Roma es un nombre, de Nicolai a Rasmus. Y aunque el inglés tenía el bloque bastante armado, al menos tenía una plaza en vilo para ser imaginativo y valiente. Pero tiró por Fitzpatrick, el peor historial en la Ryder Cup para un jugador con experiencia en más de una edición: un alarmante 12,5% de puntos ganados; en tres Ryders ha disputado 8 puntos y solo ha sido capaz de ganar un partido de fourballs.
La explicación para tan horrendo bagaje no tiene mucho sentido al hablar de un ganador de major, de un jugador que, como amateur, dominó la suerte del match play al ganar un British Boys o, el más difícil todavía, el US Amateur. Ya como profesional, de sus 10 victorias, 4 fueron en playoff, situación de puro match play. Pero Donald ya debería saber, a estas alturas y siendo testigo directo de las últimas tres cuestionables actuaciones de Fitz en Ryder Cup, que hay jugadores como Poulter, Rose o García que nacen con el gen competitivo de la Ryder Cup, que cuanto más presión sienten, más motivados están, y hay otros que ante estas circunstancias se hacen tan pequeños que cabrían en el propio agujero.
Pero Luke ha querido dar la tercera oportunidad a su amigo y al amigo de Rory. Y si es que es tan importante el ambiente en el vestuario, cambiemos los criterios y escojan ustedes a 12 amigos; no vaya a ser que se les cuele en el equipo algún gilipollas que juegue muy bien al golf y contribuya al triunfo de la Ryer Cup. Feliz cumpleaños, Fitzpatrick.