Es lo que me viene a la mente cuando veo a la número 1 del mundo, Inbee Park, un auténtico fenómeno del golf mundial ante el que me quito el sombrero. La risa, o mejor dicho la sonrisa, no es precisamente lo que ha perdido, mantiene siempre la misma, pero le falta expresividad.
Es la misma expresión gane o no gane, meta el putt o no lo meta, haga historia o no, haga frío o calor, no siente y no padece. Y eso es lo que debe enervar a las americanas que, admirándola como no puede ser menos, alguna se atreve a declarar que empieza a ser un poco aburrido que Park lo gane todo, aunque no es muy aventurado asegurar que a las asiáticas no se les aprecia demasiado por allí.
El talento de Inbee Park es impresionante, su juego ahora mismo es indiscutiblemente el mejor y me impresiona especialmente esa capacidad de controlar sus emociones, pero creo que le falta el carisma que han tenido muchas de las que han sido número uno del mundo y han hecho historia en golf.
Echo de menos en ella esa expresividad que tenía Lorena Ochoa cada vez que ganaba un torneo, esa cara de sufrimiento para meter un putt y ese tirarse de bomba al lago con sus amigas; me falta esa sonrisa tan bonita con el puño levantado de la sueca Annika Sorenstam, del país de hielo, que se ganó el respeto del golf femenino a nivel mundial.
Podríamos escudarnos en el hecho de ser asiática y la diferencia de culturas, pero la taiwanesa Yani Tseng transmitía alegría, pasión, frustración... y no lo encuentro un argumento de peso cuando en su país vecino están obligados a llorar si se muere su presidente.
Quizás sea por la seguridad con la que afronta cada torneo la que le lleva a contestar en rueda de prensa, liderando el tercer Grande en la jornada final, a punto de hacer historia, a la pregunta de si está nerviosa, con un sencillo y rotundo "no". O quizás le hayan educado para no mostrar sus sentimientos, y así hacerle más fuerte para afrontar las bofetadas de la vida, y además, del golf.
Cada uno es como es, pero como aficionada al golf, me gusta el espectáculo, me gusta que me transmitan lo que sienten en cada golpe, ver en su cara cuando le pegan al driver si le ha gustado o no, ver si hay frustración, alegría, emoción... Transmitir emociones importa, es más espectacular, y transmitiendo lo que siente, se ganará todo el cariño del mundo del golf, además del respeto, que ya se lo ha ganado con creces.