Todo comenzó el domingo anterior con una visita turística a la ciudad de Chicago y un largo paseo por su famosa Michigan Avenue, engalanada con bolas de golf de gran tamaño sobre pedestales. Una de las ciudades más bonitas de Estados Unidos se vestía de golf para dar la bienvenida a la Ryder Cup, el tercer acontecimiento deportivo del mundo.
El lunes a las 4 de la tarde ambos capitanes concedían juntos la primera conferencia de prensa, desde entonces y hasta el jueves a última hora, se sucedieron distintos actos protocolarios: bienvenida con todo el personal del Tour Europeo, foto de equipo, comparecencias diarias en el Centro de Prensa ante los mil periodistas acreditados, reunión con el comité de reglas, saludo a los equipos de la Junior Ryder Cup, cena de gala, ceremonia de inauguración... La noche del jueves, los europeos se fueron a la cama ansiosos, implicados en lo que se avecinaba y con muchas ganas de que empezase la competición.
¡Por fin llegó el viernes! y la 39ª edición de la Ryder Cup se iniciaba con el golpe de McDowell. José Mari Olazábal dirigía al "mejor equipo de toda la historia de la Ryder Cup", según Miguel Ángel Jiménez, Vice Capitán con su amigo del alma el "Vascorro". A pesar de contar con un gran equipo, las cosas no salían y la suerte y los putts caían del lado de Davis Love III y los suyos. Esa noche, el marcador mostraba 3 a 5 a favor de los anfitriones y los europeos se fueron a la cama con un lastre de dos puntos, que pesaban, aunque en ese momento no eran del todo insalvables.
La mañana del sábado fue aciaga para los nuestros; tuvieron que lidiar con cuatro partidos duros, tensos, bajo enorme presión, que valieron un solo punto: dolorosísimo 4 a 8 a favor de Estados Unidos. Los Fourballs empezaron tan mal como habían finalizado los Foursomes y la tónica parecía ser la misma: los putts europeos pasaban rozando el hoyo o hacían corbata. No había manera de que entrasen.
Cuando los ánimos del bando europeo comenzaban a flaquear, algo sucedió en los tres últimos partidos del sábado que les devolvió un halo de esperanza: Poulter, "disfrazado" de Seve, inspiró a sus compañeros y Europa ganó dos puntos, percibiendo una señal de que la situación podía cambiar. Aquella noche, el Capitán fue muy claro: "Mañana, hay que ganar ocho puntos, es difícil pero no imposible. Salid a darlo todo, debéis jugar con pasión y, sobre todo, con el corazón". Se fueron a la cama 10 a 6 en su contra, aunque creyendo en sí mismos.
La estrategia de Olazábal funcionó el domingo, psíquica y físicamente. Vestidos con los colores de Seve, azul marino y blanco, y en la manga bordado su nombre al que poder aferrarse ante la adversidad, los europeos resurgieron de sus propias cenizas cual ave fénix anotando los cinco primeros puntos -"no teníamos margen de maniobra, había que ganar los primeros partidos", reconocería el Capitán- y consiguieron tres más logrando una impresionante remontada, que Molinari selló con el triunfo.