Nuestra primera parada era obligatoria. El campo más famoso del mundo, el Old Course de St. Andrews, donde se juega al golf hace más de seis siglos y donde este deporte es una auténtica religión.
Pero jugar en St. Andrews no es fácil. Cada día hay un sorteo (Ballot) en el que quien no tiene salida reservada puede optar a la fortuna para plantar su bola en el tee del 1. El sorteo se hace con varios días de antelación y aunque son muchos los que se apuntan nunca se sabe.
La mejor opción para jugar en St. Andrews es hacer la reserva con meses de anticipación y a traves de empresas especializadas que saben muy bien como hay que hacer la reserva para tener la verdadera opción de jugar, como es el caso de Golfescocia que dirigen Jesús García San Juan y Emilio Gené.
Una vez con la hora reservada ya podemos llegar a la cuna del golf y respirar su ambiente. Ya desde el tee del 1 uno empieza a ponerse nervioso pensando que va a clavar su tee donde antes lo hicieron miticos del golf mundial, como Seve Ballesteros, Jack Nicklaus, Bernhard Langer o el mísmísimo Tiger Woods que dijo que "St. Andrews era su campo favorito".
Después de pagar las 150 libras que cuesta el green-fee, nuestra recomendación es que contrates un caddie (60 libras más) por lo que la fiesta escocesa te sale por un pico, pero desde luego merece la pena. El espectáculo del 1 y el 18 son únicos y sólo respirar ese aire que llega desde la playa de St. Andrewes, donde se rodó la película "Carros de fuego" con aquella famosa escena de los atletas corriendo por la playa, es irrepetible.
Ya con el caddie a tu lado, la bola pinchada en el tee del 1 y cientos de curiosos mirando como le vas a pegar a la bola empeiza un reto indescriptible. El primer golpe en St. Andrews no es complicado. Tenemos las calles del 1 y el 18 para pegarle pero la presión casi nos puede. La bola salió por fin, más o menos recta, y con la aprobación del caddie.
Después de recorrer el campo de ver cientos de imagenes de rincones conocidos como elpuente del 18 o el hotel del 17, los pares, tres, los enormes bunkers que no se ven por que St. Andrews fue diseñado originalmente para jugarse al revés, el espíritu de Tom Morris, que lo inunda todo, y la sensación de que cada persona que vive en este pueblo vive el golf de una manera única e irrepetible, la sensación es indescriptible.
Más de 50 tiendas de golf jalonan las aceras de este pueblo en donde el el golf y la universidad son los motores de una economía que puede permitirse que los domingos nadie juege en el Old Course. Es un parque público y como tal esa función desempeña el domingo y no el de campo de golf. El último día de la semana el campo se llena de aficionados al golf que pasean con sus perros, disfrutan del paisaje y se hacen fotos de todo. El famoso puente del 18 es la estrella y todos se fotografíaan en él.
Igual que todos se quieren hacer una foto al lado o frente a Old Course Club. Y digo al lado o frente a él porque nadie, excepto los socios, pueden pasar. Ni siquiera sentarse en uno de sus bancos. El Old Club es la esencia del golf en si mismo y tras sus puertas los secretos de este deporte se esconden de la mirada de los intrusos.
Muy recomendable es la visita al museo del Golf Británico, situado a la espalda de la casa club del Old Club y también una visita a "Los Himalaya", un pequeño recorrido de 18 hoyos y uno más de 9 pequeños hoyos a manera de putting green natural donde pequeños y mayores disfrutan al máximo. Lo de Himalayas imagínense por donde viene: tambien son puros links.
En definitiva, una experiencia memorable que termina pegando la última salida del día en el tee del 18, con la vista puesta en el green y en el famoso puente en el que los mejores jugadores del mundo inmortalizaron su figura, como hizo Tom Morris que descansa en el cementerio de la ciudad, otra de las visitas que no puede perderse.
Lo del resultado es lo de menos, pero no descarte hacer algún par o hasta algún birdie. En St. Andrews todo es posible.
St. Andrews, el paraíso de todos los golfistas del mundo
El mejor museo de golf
Un cementerio en el centro de St. Andrews
Con la Claret Judge en mis manos
Carnoustie vivió el Open siete veces