Hemos tenido un intensísimo fin de semana que empezaba este pasado viernes con la declaración de Tiger Woods. Una vez más, el número uno del mundo ha sorprendido a todos. De momento, no volverá a competir hasta que no esté bien, hasta que no haya solucionado sus problemas familiares, su matrimonio, si es que lo logra salvar, y pone en orden su vida. Sólo así podremos volver a ver al mejor Woods jugando y volviendo a ganar. De momento, nada de nada, ni torneos, ni victorias, ni Ca Championsip, ni Masters de Augusta ni nada que se le parezca.
Mientras, en el Accenture Match Play, Sergio García empezó a encadenar victorias que parecía que le llevarían a la gran final de uno de los mejores torneos del mundo, pero en el penúltimo escalón hacia el triunfo, el inglés Ian Poulter salió como una apisonadora y destrozó de un plumazo los sueños del español. La lluvia, en pleno desierto de Arizona, fue horrible para Sergio que parecía fuera de lugar y sin posibilidades de reacción ante un Poulter que, de ganar, aseguraría casi su presencia en la próxima edición de la Ryder Cup. Enfrente tendrá un rival duro. Tanto Villegas como su compatriota Casey son dos excelentes jugadores y cualquiera de ellos puede ganar.
No ganará seguro Phil Mickelson que, bajo la excusa de querer estar con su familia, no quiere jugar un torneo que patrocine el rival de uno de sus sponsor principales. El golf cada vez está mediatizado por el dinero, por los millones de dólares y por los intereses de marcas comerciales que pagan millonadas por patrocinar torneos, jugadores, retransmisiones televisivas y decenas de cosas más que han hecho que el golf sea en su faceta profesional un negocio de muchos miles de millones de dólares.
Quizá por esa razón la decisión de Woods pueda ser terrible para este deporte. Su adiós temporal a la competición puede traer la quiebra a sectores de un deporte que han crecido bajo su sobra protectora. Veremos cuánto tarda en regresar. Esperemos que no sea mucho.