Seguramente Barak Obama, presidente de Estados Unidos, confeso golfista y desde hace unas horas premio Nobel de la Paz, sea uno de los hombres más felices del planeta. El golf, su verdadera gran pasión, es ya deporte olímpico. Los rectores del COI, con su presidente Jacques Rogge a la cabeza, ha confirmado la resolución que hace unas semanas ya hizo firme el Comité de nuevos deportes del olimpismo mundial sumando a la familia olímpica el rugby a 7 y el deporte de los 18 hoyos.
Ciento doce años después de su última aparición en unos Juegos, el golf será en Río deporte olímpico y también con absoluta seguridad lo será en 2020. Después… ya veremos. Habrá que analizar audiencias de televisión, rentabilidad económica, respuesta de los profesionales participantes, del público y de si el golf cuaja o no en ese conglomerado tan difícil de entender que son los Juegos Olímpicos.
Lamentablemente no veremos el golf en los Juegos en la capital de España, en Madrid. No se hará un nuevo campo de golf -del que tan necesitados estamos en Madrid- pero tampoco se celebrarán en Chicago, de donde es el nuevo premio Nobel de la Paz. Él, por lo menos, se puede consolar con su medalla conmemorativa de Alfred Nobel y con el millón de euros que, por cierto, irán a parar a su cuenta corriente. Quizá en 2016 Obama viaje a Río para estar en los Juegos, encabezar la comitiva americana y ver en directo a quien sabe qué jugadores.
Será difícil que los Woods, García, Mickelson o Els sigan en la brecha dentro de siete años. Entonces serán otros los que disfruten la posibilidad de colgarse del cuello una medalla de oro de golf, pero a nosotros nos quedará la alegría de ver cumplido el sueño de millones de aficionados a un deporte que desde este momento, además de serlo, también llevará el apellido olímpico.