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Pro-Am

viernes 09 de octubre de 2009, 00:00h

Un martes de hace pocas semanas jugué mi primer campeonato Pro-Am. A parte de jugar al golf un martes cualquiera de septiembre, día laboral como el que más, lo cual ya supuso una novedad mezcla de mala conciencia y disfrute pernicioso de pecador, el jugar un campeonato de verdad fue una gozada. Para empezar, te tratan como si fueras un Pro, da igual tu hándicap y tu juego. Allí, azafatas increíblemente guapas, te ofrecen bebidas frías, gorras, polos, y todo tipo de chucherías con una amabilidad que haría perder la cabeza al más centrado de los caballeros que jugamos al golf. Por suerte, somos ya todos, o casi todos, transparentes.  Cada tres hoyos, una nevera con agua fresca y frutas, no vaya a ser que tu nivel de glucosa baje el ritmo de tu juego.  Entre el hoyo 9 y el 10 un buffet con tortillita, jamón increíble, gazpacho y un champán frío, cortesía de los patrocinadores. Repuestas las fuerzas, nueve hoyitos más y cóctel y entrega de premios. Tarde deliciosa de entre verano y otoño. Una delicia.

Luego está el jugar con un profesional. En él todo es aparentemente igual y radicalmente distinto. En el caso del pro, es la conjunción perfecta de naturalidad y potencia, mientras que el nuestro lo es de inseguridad y flojera. Su golpe suena es como un disparo directo y seco, directo al medio de la calle y muchos metros más allá que tu bola. Siempre he creído que los deportes se aprenden por imitación, pero imitar esa perfección de swing y con esa potencia, me parece como de ciencia ficción.  Amable, el pro te comenta que quizás has cargado mucho el cuerpo y por eso no has alcanzado la calle. En fin.

 

Sin embargo, es el golf el único deporte en el que la diferencia entre el mejor del mundo y el jugador medio es apenas de un 50-60% del resultado. Es decir, entre Tiger y yo, con perdón, a penas nos separan menos de cuarenta golpes por recorrido, dos golpes por hoyo, un putt más de él y un rabazo menos mío.  El Pro hizo cuatro abajo y entre los tres amateurs hicimos seis jugando todos con handicap 18, es decir, solo un punto por hoyo que ya de por sí era un handicap. No está mal. No ganamos pero quedamos ahí. Yo gané un hoyo. Hice un par que con mi punto, se convirtió en birdie..

 

Otro tema interesante fue la prudencia y conservadurismo con que juega un pro. Situaciones en las que tu miras sin pudor y con mucha inconsciencia a bandera, el juega a calle, un golpe largo pero a calle. Así no tiene que contar con que los árboles jueguen a tu favor, lo que ocurre algunas veces pero pocas y que es a lo que jugamos los amateurs permanentemente. Creo recordar que sólo en una ocasión su bola rebotó en una rama.

 

Fue divertido y me apuntaré a todos los que me inviten. El anonimato de este espacio impide la publicidad suficiente para que empresas organizadoras me inviten de nuevo, pero algo inventaremos. Es una oportunidad que no nadie se quiere perder. Incluso la Presidenta de la Comunidad de Madrid se apunta a jugar el Pro-Am del Masters, aunque no nos han dicho cómo quedó.

 

 

 

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