Bueno, pues ya está. El último bastión de la resistencia frente a las suspensiones de eventos deportivos ha caído. El Comité Olímpico Internacional, que se resistía a las demandas de Alejandro Blanco y de otros comités nacionales, parece haber claudicado en cuanto el todo poderoso medallero estadounidense ha expresado su inquietud por la falta de entrenamiento de sus nadadores y atletas.
Nada como tirar de barras y estrellas para que en Lausana tiemblen los cimientos de un olimpismo que tiene más que ver con el patrocinio que con la gloria deportiva. Pero ya lo dice el refrán: “a río revuelto, ganancia de pescadores” y si tal y como se prevé, los Juegos se posponen hasta el próximo verano, o el siguiente según algunas voces, el golf puede ser uno de los grandes beneficiados.
Es más, Tiger Woods podría ser el más beneficiado en todo este galimatías de fechas y aplazamientos. No es una novedad la ilusión que tenía el astro del golf por culminar su carrera con una medalla olímpica. El único de los grandes trofeos que actualmente se pueden ganar que aún no tiene y que, tal y como está hoy en día el ranking mundial, tampoco alcanzará a no ser que el tiempo corra a su favor.
¿Pero qué necesita Tiger para jugar en Tokio? La verdad es que demasiadas cosas. Primero que su espalda le respete, que no es poca cosa. Segundo que los cuatro jugadores estadounidenses que tiene por delante en el ranking mundial pierdan el paso y le dejen hueco y para eso es absolutamente necesario que la competición se reanude y que recobre la forma física. Vamos, la pescadilla que se muerde la cola. Y, por si fuera poco, está Jon Rahm.
La verdad es que con el vasco amenazando el número uno mundial de un Rory McIlroy que renunció a los Juegos de 2016, las posibilidades de que Tiger se cuelgue el oro en Tokio son lejanas. Una preocupación menos para el californiano que bastante tiene ya con ocuparse de lograr su título numero 83 con un calendario de competiciones cada día le aleja más de batir el record de Sam Snead.
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