El equipo capitaneado por McGinley ha vencido en
buena lid y sin dejar asomo de resquicio a los americanos, que o son los
arquetipos de la deportividad o tienen que estar rabiando como perretes.
Recuerdo los años en que preparaba motos de carreras y los interminables viajes
a Jerez de la Frontera. Si el resultado era bueno, la vuelta seguía siendo
larga como un discurso pero la disfrutábamos y no parábamos de reír y de pensar
en la siguiente carrera. Pero cuando el piloto se caía y no puntuaba, los
kilómetros parecían el doble de largos y no se acababan nunca.
Imagino cómo
habrán disfrutado del avión transatlántico volviendo a casa los componentes del
equipo americano, que por jugarse en Europa habrán tenido que añadir un buen
montón de horas a la celebración de la derrota.
Por lo demás, los días de
competición han sido entretenidos, me ha gustado mucho el comportamiento de
prácticamente todo el equipo de acá y de casi todo el de allá. Y sí, me estoy
refiriendo a Patrick Reed, que nos dejó a todos con los ojos a cuadros cuando
mandó callar al público tras embocar un putt en el hoyo siete en su partido
contra Henrik Stenson de la jornada final.
No está bien, seguro, y recordaba a
Raúl, el siete del Real Madrid haciendo callar al Camp Nou tras su gol, pero
tenía una explicación que conviene resaltar. El día anterior, en su partido de
foursomes con Jordan Spieth contra Martin Kaymer y Justin Rose, Reed falló un
putt muy corto que acabó costándoles medio punto a los americanos, y en el tee
del uno del último día, un aficionado del público le preguntó si había
entrenado el putt para no repetir.
Entre los nervios de una jornada que se veía
difícil, la poca experiencia de un novato y que Reed es lo "echao palante" que
aparenta ser, aunque no se comió a su interlocutor del hoyo uno, debió
aguantarse las ganas durante un buen rato y estalló en el siete cuando metió
ese buen putt para empatar. Repito, no está bien lo que hizo, pero le entiendo
y espero verle jugar muchas ediciones de la Ryder con esa intensidad...