No va a recordar Tiger Woods este Masters de Augusta por una épica victoria, por un gran resultado, ni siquiera por una buena vuelta. Pero no lo va a olvidar nunca, primero porque en este 2022 hace veinticinCo años que ganó su primer torneo, y su primera Chaqueta Verde, la primera de otras cinco y, además, por que este primer Major del 22 fuen un nuevo renacer, uno más, en la vida de este californiano que se ha demostrado a sí mismo y a todo el mundo del golf y de fuera de este deporte, que está hecho de una pasta especial.
El californiano ha jugado hoy con el que fuera número uno del golf mundial hace solo una semana, Jon Rahm con el que jugó por última vez en la Ryder Cup de 2018 en París. Entonces, la situación para ambos era muy diferente y ahora lo ha sido mucho más. Los dos en un Masters en el que no han brillado aunque Tiger ha disfrutado de cada golpe -fuera bueno o malo- y sólo pensando en que hace unos meses le dijeron que a lo mejor perdía su pierna derecha.
Un año después ha jugado el Masters, ha pasado el corte y se puede ir a casa tranquilamente pensando que su vida como golfista puede alargarse un poco más, simplemente hasta que el quiera. Esta semana Woods ha terminado con cuatro vueltas de 71, 74, 78 y 78 mostrando signos de cansancio, pero al mismo tiempo de ilusión por la prueba superada.
Cinco bogeys, un doble bogey y un solo birdie en el hoyo 2 le han dejado en la parte baja de la tabbla, pero en lo más alto en su autoestima y como ejemplo de lo que un deportista de alto nivel puede llegar a superarse ante las más terrible adversidad.