Hoy nos hemos despertado con la noticia más deseada en el mundo del golf: Jon Rahm ya es número uno del mundo, y nos tenemos que quitar el sombrero ante él.
Lo que ha conseguido es espectacular, se mire por donde se mire. Ser número uno del mundo en un momento en el que hay máxima igualdad es impresionante, pero el carrerón que ha hecho el grandullón de Barrika nos ha dejado a todos con la boca abierta.
Esta mañana precisamente hablaba con mi amigo Javier Varela sobre el reportaje que grabó a Eduardo Celles, mentor de Rahm, en el que comentaba que el día que el chaval le dijo “seré número uno del mundo” él se quedó impactado, porque no le pareció una fantasmada propia de un adolescente, sino que vio en su mirada que lo conseguiría, o al menos lucharía por ello. Y así ha sido.
A Rahm se le ha tachado de muchas cosas: de incorrecto por sus malos gestos en su adolescencia, de soberbio por sus comentarios, y hasta de prepotente por su decisión de igualar a Seve. Y estos han sido los ingredientes que le han llevado al olimpo del golf en su madurez.
Treinta años han tenido que pasar para volver a ver a un español liderando el golf mundial, y precisamente ha tomado el relevo de Seve, su ídolo e inspiración. Cualquier comparación con el Gran Seve es inevitable, y aunque a Rahm aún le queda camino por recorrer, está claro que tiene su carácter, su luz y su ingenio, tan necesarios para este deporte.
A Rahm hay que darle las GRACIAS con mayúsculas, porque sitúa el deporte del golf en nuestro país en lo más alto, en un momento francamente delicado en el que ha sido golpeado por algunos intentando colocarlo en un lugar que no le correspondía. Pero por encima de todo es una inspiración para todos los golfistas, los y las profesionales tienen delante un espejo al que mirar, los jóvenes tienen un guía al que seguir, y a los más mayores que vivimos la época de Seve nos ha hecho revivir las emociones que Seve nos hizo sentir, vivir y disfrutar.
Gracias Jon.