Es indudable que la victoria de Tiger en el primer grande de la temporada me reafirma en lo mejor de la condición humana. Por mucho que se baje a los infiernos, siempre se puede emerger a la posición anterior a la caída, y eso lo hemos visto los aficionados al golf, bueno y los que no lo son también, el pasado domingo.
No es fácil deteriorarse tanto como lo hizo Tiger en los últimos años. Problemas conyugales, dolencias de diferentes tipos que llevaron consigo intervenciones quirúrgicas, que le obligaron al consumo de algunas drogas, hicieron dudar al mundo del golf que no sería posible el resurgir de uno de los prodigios del deporte de todos los tiempos.
Tiger ha demostrado, después de la victoria del Máster, que es un número uno en toda la extensión de la palabra. Sabía que el camino era duro, no por ello dejó de intentarlo. Comenzó desde abajo, desde lo más profundo, y poco a poco, con muchísimo trabajo, ha conseguido llegar de nuevo al Everest, a la cima. Tiger ha dado toda una lección para las nuevas generaciones de deportistas de cómo hay que comportarse ante las adversidades. Deberían copiar aquellos jugadores que después de dos bogeys seguidos se desmoronan como si fuera un castillo de naipes. Creo que esta debía ser una asignatura que se estudie en las disciplinas deportivas.
Por otro lado confieso que esta victoria me ha transportado a tiempos anteriores, es algo así como si hubiera rejuvenecido. Nada más y nada menos que años once después de su última victoria en un grande, pero ahora con cuarenta y tres años, que no es lo mismo. Ni muchísimo menos. Ha pasado más de una década y nos hemos encontrado al Tigre, con la misma fuerza, el mismo talento y la misma concentración de siempre. Es como si no hubiera pasado el tiempo. Todo un prodigio de recuperación.
Después de embocar su bola en el hoyo dieciocho, Tiger exteriorizó toda esa energía que llevaba dentro y que hasta el pasado domingo no había podido echar fuera. Gestos que llevábamos muchos años sin ver en un jugador de su calidad. Los abrazo con los miembros de su familia, con su caddie, con sus amigos y creo que con todo el público en general. Creo que esa reacción es la que el golf internacional necesitaba, y más concretamente el estadounidense. Ahora las audiencias de televisión subirán después de la recuperación de uno de los mitos. Una nueva situación que los mismos deportistas agradecerán.
Ahora, en otro orden de cosas, un año más me he quedado prendado de la belleza de Augusta National. Un paisajismo espectacular, todo cuidado hasta el más pequeño detalle, sus flores, su casa-club y uno de los lugares que todo golfista debía presenciar in situ. Pero hay algo que siempre me ha chirriado: El mono de los caddies. Esa prenda laboral me recuerda el uniforme de trabajo que llevaban aquí en España los albañiles y pintores de los años sesenta. ¡Por favor señores regidores de Augusta! ¿No podrían hacer otro diseño un poco más acorde con los tiempos de ese mono blanco con tan poco estilo? Sus portadores serán los primeros en agradecer el gesto. Creo que es impresentable. Ahí lo dejo.