Me da la sensación de que Tiger Woods está jugando con fuego. Tras cuatro operaciones de espalda, multitud de lesiones y unos años en los que la normalidad no ha sido la característica principal a lo largo de su vida, el ex número uno mundial le ha vuelto a ver las orejas al lobo, de nuevo en forma de problemas físicos.
Esta vez no fue la espalda y sí unas molestias en el cuello las que le obligaron a suspender su participación en el Arnold Palmer Invitational, uno de sus torneos favoritos, protegiéndose para poder jugar a su mejor nivel en el The Players Championship, “el quinto Major” de la temporada.
El martes, en su rueda de prensa previa al torneo, los compañeros periodistas no tuvieron más remedio que preguntarle por la lesión, como se había producido y que consecuencias podría tener.
Tiger sabe que se tiene que cuidar al máximo y que su nivel de exigencia igual tiene que bajar un poco, sobre todo a la hora de jugar y conformar su calendario. El californiano sabe perfectamente cuantos torneos va a poder jugar este año, o por lo menos el número aproximado de citas a las que debe de tender si quiere seguir jugando al máximo nivel.
Da la sensación que su corazón y sus exigencias comerciales -de nuevo en lo más alto- van por un lado y su cabeza, -cuello y espalda incluidos- van por otro. Si Tiger quiere seguir rindiendo, jugando con cierta normalidad, haciendo buenos resultados y manteniéndose en los puestos nobles del Ranking Mundial, sabe que no debe forzar y que, seguramente, como ya dijo a principios de temporada, “tendré que jugar menos y seleccionar más los torneos en los que juegue”.
Eso es lo que tiene que hacer para evitar situaciones como las de la semana pasada y no encontrarse con su cuello bloqueado y con la sensación de que su espalda puede decir de nuevo basta.
Tiger quiere jugar los Majors y los WGC y da la sensación de que tras el susto de esta pasada semana sus apariciones fuera de estos ocho torneos y el The Players Championship se contarán con los dedos de una mano.