Opinión

Tres días cada dos años

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Guillermo Salmerón | Lunes 05 de septiembre de 2016
Tres días cada dos años es muy poco tiempo para disfrutar de este deporte en su máxima dimensión. Tres jornadas que saben a muy poco si las has estado esperando durante 730 días.

En las últimas quince ediciones de la Ryder Cup, es decir en los últimos 45 años, Europa se ha convertido en el gran dominador de este enfrentamiento. De esos últimos quince fines de semana largos, Europa ha ganado o mantenido la copa en once ocasiones y Estados Unidos en sólo cuatro.






Estas cifras reflejan un dominio Europeo que ha hecho que la Ryder se haya convertido en estas casi cinco décadas en el torneo favorito de los aficionados al golf en el Viejo Continente y en la asignatura pendiente de los americanos. Sin embargo, en Estados Unidos la visión del torneo se ha depreciado un poco. Si no ganas o dominas como antaño la Ryder ya no interesa tanto.

Sin duda, es una visión egoísta de la realidad pero es una verdad como un templo. Estados Unidos ya no gana la Ryder como antes a pesar de tener a los mejores jugadores en su circuito, los mejores premios, los más importantes torneos y todo el dinero imaginable para hacer de la PGA el mejor circuito del mundo.

Es cierto también que los mejores jugadores europeos ya no juegan en Europa sino en la PGA y que los americanos piensan que tienen al enemigo en casa, lo que ha hecho que suban su nivel de juego, de conocimiento de los campos y de la manera de jugar de sus rivales, los americanos.

Pero a pesar de esa realidad, luego llega la competición, la emoción del Match-Play, el ambiente de la Ryder, los recuerdos de épicos enfrentamientos y la confirmación de que la lógica no existe en este torneo.

Y si no, que se lo digan a Davis Love III, que hace dos años, en Medinah, vio como en la tercera jornada toda la ventaja acumulada en los enfrentamientos por parejas se diluyó como un azucarillo ante la remontada histórica de los hombres de José María Olazábal empujados en el campo por el juego de Poulter y el espíritu de Severiano Ballesteros.

Cuatro años después de aquella histórica remontada y con otra victoria más de los europeos por medio, la Ryder llega de nuevo a finales de septiembre con los mismos parámetros de los últimos años: favoritismo americano, público enfervorecido y con ganas de un triunfo que no llega, los mejores del mundo en el bando estadounidense y seis rookies en el combinado europeo que hacen que los del Viejo Continente no lleguen como candidatos al triunfo, es verdad.

Pero la Ryder es la Ryder y Europa seguirá siendo más equipo que Estados Unidos, por lo menos en su filosofía. Y eso dará algún punto más que otro a los hombres de un Darren Clarke que sabe muy bien lo que es este torneo y como ganarlo, incluso con milagros, si hace falta.

La Ryder es especial y, una vez más, millones de personas lo verán por la tele prestas y dispuestas a vivir el golf como no se vive en otro momento de la temporada: a cara de perro, sin dinero de por medio y con el único objetivo de ganar un punto para tu equipo.






Veremos quien se lleva la victoria este año. Las apuestas y los expertos dicen que Estados Unidos pero Europa es Europa y la Ryder es la Ryder, como hubiera dicho aquel mago del fútbol y entrenador del Real Madrid, Vujadin Boskov: “fútbol es fútbol”.

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