Opinión

Pura esencia de golf

Opinión

Guillermo Salmerón | Viernes 16 de julio de 2010
El Open Championship es un ejercicio de creencia a pies juntillas en esto del golf. Para los no iniciados, jugar a este deporte en estas condiciones puede llegar a ser hasta un martirio. Ver, por ejemplo, a Sergio García andar hacia el green cubriendo su pecho con los brazos protegiéndose del frío o a Ricki Fowler jugar embozado en un traje de agua que más parecía un mono espacial da que pensar. A todos nos gusta jugar en primevera o verano, pero lo del golf en Reino Unido es, sin duda, otro deporte.

Cuando cada año me siento frente a la televisión y veo el Masters de Augusta alucino en colores. El campo, el complejo del Augusta National y cada rincón del recorrido parecen dibujados. Cada flor está en su sitio, cada color perfectamente ubicado. Los greenes cuentan con un sistema de calefacción único en el mundo y cada brizna de hierba parece que tiene que pasar, antes de crecer, por un exahustivo control de calidad. Si no eres verde, fuerte y perfecta ni sirves ni vales para pertenecer a este campo.

Todo lo que había visto en la televisión durante tantos años se corroboró cuando puede estar allí siguindo el torneo en directo. Todo está perfectamente organizado, desde el parking, que alberga cada día a miles de coches, hasta la tienda de recuerdos que es como una planta entera de unos grandes almacenes. La gente respeta las colas, anda sin gritar y sin prisas, el teléfono ni lo llevan -se lo pueden quitar si les pillan con él hablando en el campo- y todo respira golf, buena educación y tradición.

Apenas hay entradas a la venta y los que tienen la suerte de poder acceder al campo son poseedores de un tesoro: Un abono del Masrers puede costar hasta 18.000 euros en el mercado negro, pero no pierdan el tiempo. Ese mercado apenas exíste y las entradas pasan de padres a hijos, generación tras generación.


En Augusta, otro de los grandes torneos de la historia de este deporte, la pulcritud y la perfección, son dos de los atributos de todo lo que tiene que ver con este torneo, algo muy diferente a lo que los británicos entienden por un gran torneo de golf.

Su idea de un Major es muy diferente a la de los sucesores de Bobby Jones. En el Reino Unido los campos no son tan perfectos como Augusta. No se cuidan tanto, suelen ser públicos y no privados -los domingos en St. Andrews no se juega al golf, es un parque municipal- y el público llega en oleadas donde se disputa, da lo mismo que sea en Inglaterra, Escocia o Gales. La climatología también juega a favor de la organización y nada parece que esté previsto. Todo depende de la meteorología y del destino, aunque al final sólo ganan los mejores.

En Augusta nadie habla de que el campo sea justo o no, o de que el tiempo no juege a favor de unos y de otros no. En el Open sí. Cada golpe depende de la suerte, de la fortuna de no encontrarse en su camino con una loma o un desnivel del terreno y de los greenes y bunkers, ya ni hablamos.

Quizá por eso el Masters y el Open sean los mejores torneos del mundo. Si tuviera que elegir una de las dos citas que me gustaría jugar o ganar no sabría contestar. Con toda la honradez que soy capaz de trasmitir no sabría que avión coger, el de Atlanta o el de Inglaterra si tuviera los dos billetes sobre mi mesa.

Esta semana, viendo el Open en el Royal St. George´s los dos primeros, días quedé un poco decepcionado pero el sábado empecé a ver de verdad lo que es un Open Championship, con la lluvia, el frío el viento y los jugadores embozados en los trajes de agua haciendo bogeys sin parar. Da la sensación de que el golf original era más o menos así y muy poco parecido a la sofisticación de Augusta, pero está claro que para gustos colores. ¿Y usted que avión cogería el del Masters o el del Open?