Gracias a Langer muchos teutones descubrieron el golf. El rubio alemán fue en su país una especie de Severiano Ballesteros en pequeño. Con sus victorias -llegó a encadenar 17 temporadas seguidas ganando- abrió los ojos a muchos compatriotas para descubrirles un deporte que, todo sea dicho de paso, no era muy popular, entre otras cosas por el mal tiempo que en invierno suele hacer allí. De los 12 meses del año sólo se puede jugar al golf, en buenas condiciones, seis o siete, así que hasta su llegada casi nadie le había hecho demasiado caso al juego de la pelotita.
Ahora, lo que sembró entonces Langer empieza a dar sus frutos. Kaymer es el mejor ejemplo de aquella savia esparcida por Bernhard. Esta victoria, diecisiete años después de su último Masters es el eslabón de una cadena que sigue creciendo y que les viene de maravilla para demostrar al mundo que su golf y su apuesta por este deporte sigue viva, sobre todo ahora que quieren la Ryder de 2018 y que siguen apostando por ella.
Kaymer estará en Celtic Manor y con él su espíritu, su fuerza y el recuerdo de un Langer que hoy en día, con 56 años a sus espaldas, sigue demostrando que está en forma. Por cierto, en tan buen estado está que hasta Montgomerie ha dicho que a lo mejor le llama para la Ryder ¿Se imaginan que el escocés elige a Sergio a Harrignton y a Langer? Ya veremos.