El último Open Británico que se jugó en St. Andrews, allá por 2005, Tiger Woods fue una auténtica ametralladora. Las palmas echaban huno cada vez que pasaba cerca de un graderio y cuando llegaba al tee de cualquiera de los hoyos, un murmullo de admiración se oía en casi cada esquina del campo.
En 2000, hace ahora diez años, el British volvía a St. Andrews. Tiger no era todavía lo que llegó a ser y la victoria que consiguió entonces le catapultó a la fama. Entonces demsotro que podía ganar en cualquier cmpo, bajo cualquier condición climatológica y frente a cualquier rival que se le pusiera por delante. Los escoceses, como los ingleses, vieron en Woods lo que vieron en los mejores momentos de Severiano Ballesteros. Un hombre capaz de revolcuonar el golf.
Sin embargo, esta semana, en St. Andrews, en el mismo campo, en los mismos grenes y calles que vieron ganar a Tiger en 2000 y en 2005, incluso seguro que habría aficionados que le vieron en aquellas ediciones, no se ha visto a un Tiger Woods parecido al de aquellos años, ni por asomo. Su putt ha sido un desastre y en ningún momento ha demsotrado estar fino con el. Sus pensamientos paracene que estan en otro sitio. Sus miradas están ausentes y su concentarción parece que está muy loejos de los niveles de hace algunos años. Tiger, da la sensación desde fuera, que está lejos del mejor momento de forma. Que ni siquiera tiene opciones de ganar. Que llega a los campo a ver como está esa semana y que, en realidad, tiene pocas opciones de ganar.
Todavía le queda mucho para volver al nivel de hacer unos años y para salir al campo con ese tono de superioridad que tenía no hace tanto. A Tiger le va a costar mucho volver a ganar y mucho más en un grande. Primero tiene que solucionar otros problemas que parece que todvía no están resueltos.