Resulta curioso el paso del tiempo y lo diferente que se ven las cosas cuando hablamos de algo con el referente temporal como testigo. Un ejemplo nos vale. Esta semana en el Honda Classic, un joven de apenas 20 años disputaba el torneo gracias a la invitación de los patrocinadores. Si les digo que se trataba de Sam Saunders, casi ninguno de ustedes sepa de quien les hablo. Pero, ¿y si les digo que el tal Saunders es el nieto de Arnold Palmer?
La cosa cambia claro. Yo, personalmente, no creo mucho en la herencia de los genes a nivel intelectual o físico. Te puedes parecer a tu padre o a tu madre físicamente o incluso en la forma de ser, pero de ahí a heredar sus virtudes, me parece demasiado. Una cosa es apellidarse Cruyff y jugar al fútbol como el padre, Cela y escribir como su antecesor, el premio Nobel de literatura o Saunders, siendo nieto de Palmer y jugar al golf la décima parte de lo que jugaba su abuelo.
Esta semana millones de ojos se han clavado en el joven Saunders para ver si algo de su abuelo se había impregnado en su juego. Un roce, apenas una ligera pista que nos hiciera recordar al que ha sido uno de los mejores jugadores del mundo del golf. Tras verlo durante cuatro días he de confesar que no he visto nada o casi nada que me hiciera recordar el poderoso swing de su abuelo, o su carismática mirada, ni siquiera su figura, su cara o sus gestos me recuerdan al abuelo en nada.
Pero el deporte profesional y, sobre todo, en Estados Unidos, vive mucho de estas curiosas coincidencias. Amantes de las estadísticas, los datos y la historia casi todos los medios de comunicación, cuando han tenido un hueco dejado por la posible vuelta de Tiger han hablado del joven Saunders siempre haciendo referencia a su abuelo.
La buena noticia para el joven es que en su debut en la PGA pasó el corte y no lo hizo demasiado mal. Se embolsó un talón que ya lo quisiera para mí, cerca de 70.000 dólares. Los ganó en buena lid por quedar décimo séptimo y además con tres vueltas de 69 golpes. Por si todo esto fuera poco, además tendrá la suerte de poder llegar a su abuelo y decirle que en su primer torneo en el Tour ganó más dinero que él en su mejor recompensa. Fue en 1971. Entonces Palmer ganó el Westchester Classic y se embolsó nada menos que 50.000 dólares de la época. Ahora ya sólo le falta, como hizo su abuelo, ganar 72 torneos en Estados Unidos y las cosas estarán, de verdad, igualadas entre los dos.