Opinión

Una más sobre Tiger

Hcp 24 | Martes 15 de diciembre de 2009

Tiger ha tenido suerte con ese choque fortuito. Por fin se ha liberado de la trampa que le tendió el diablo cuando, siendo todavía un niño, le prometió el mejor swing, el mejor putt, la mejor cabeza y la mayor inteligencia para jugar al golf de la historia. Seguramente, cuando lo firmó lo único que quería y lo único que sabía del mundo el joven Tiger era jugar a golf, con pasión, esfuerzo y condiciones naturales extraordinarias.



Pero ese pacto, que firmó a la vez que su primer contrato publicitario, como todos los que se firman en el mundo anglosajón, tenía una letra pequeña, tan difícilmente legible y comprensible, como imposible de cumplir.






 

Debía dejar de ser humano para convertirse en icono mediático al servicio de multinacionales  y su sentido de la moral. Multinacionales  envueltas en la sospecha de explotación de niños y mujeres en el tercer mundo, multinacionales involucradas en escándalos financieros que han arruinado familias y países, multinacionales que arrasan a la competencia con todo tipo de juego sucio, empresas, en definitiva, que viven en el mundo, requieren y exigen de sus iconos la representación del orden moral llevado al extremo, imposible de cumplir, imposible de vivir.

 

Tiger ha nacido en estas semanas gracias a esa boca de incendios. Por fin podrá llevar una vida  como la que quiera y pueda llevar, con sus debilidades, miserias, depresiones y tonterías, como todos, como un hándicap 24. Él, además, sin perder su swing y con algunos ahorros, para que esto no le sea tan pesado. Si con mi juego y mis ingresos, me cuesta un gran esfuerzo no hacer el canelo en la vida, no se que sería de mi si me dan todo el dinero, toda la fama y todas las posibilidades para serlo y para hacerlo de verdad. Posiblemente hubiese firmado ese pacto  y posiblemente, seguro,  lo hubiera incumplido, con creces.

 

No se pero creo que no pondría la mano en el fuego por mi. Lo que podrían hacer los deportistas de élite a partir de ahora para no verse abocados al lapidamiento público de una moralina ridícula, es jugar por el placer de jugar, vivir de lo que ganan en los torneos, que parece que sería suficiente, o de las clases que den y renunciar a partir de ahora a los contratos de la publicidad, esos que uno cree que firma con una empresa, cuando en realidad los está firmando con el diablo.