En la última edición de la feria madridGOLF, como conclusión a las Jornadas Técnicas, se presentó una mesa redonda participada por los greenkeepers de varios de los campos de Madrid (Conrado Vicente de La Moraleja, José Marín del Olivar de la Hinojosa, Javier Martínez del Real Club de la Puerta de Hierro y David Gómez del Centro Nacional de Golf) en la que se debatieron y comentaron distintos aspectos del mantenimiento de los campos. El hilo conductor de la mesa fue el empleo de las tipologías de césped más oportunas para los campos de golf de esta región.
El área central de la Península Ibérica forma parte de la llamada “Zona de transición”, lo que significa que el clima dominante es el clima mediterráneo continental, caracterizado por alcanzar temperaturas extremas (más de 40º en verano, menos de 0º en invierno) y por la sequía estival. Actualmente no existe ninguna variedad comercial de césped lo suficientemente todoterreno como para poder sobrevivir en todas las situaciones que este clima presenta, lo que supone una complicación para el greenkeeper.
Las variedades de césped se diferencian en especies warm season (presentan su desarrollo óptimo en condiciones cálidas) como las Bermudas y el Paspalum, y en especies cold season (desarrollo óptimo en condiciones templadas) como el Ray-grass o el Agrostis. ¿Cuál es la más adecuada para un campo de la zona de transición? Ahí está el quid de la cuestión. Si se emplea una única especie de césped durante una parte del año el campo presentará un aspecto no demasiado atractivo para el jugador aficionado, por ejemplo, si se emplea una cold season a la que el estrés hídrico provocado por la sequía le impide desarrollarse con normalidad el campo se encontrará grisáceo y seco en verano.
Para solucionar estos problemas existen al menos dos posibles soluciones: preparar el campo con una mezcla de dos o más especies cespitosas (con los consecuentes reajustes en las prácticas culturales y en las labores del greenkeeper y su equipo) o concienciar a los jugadores de golf de que el campo no tiene por qué estar siempre verde. Esta segunda opción es la mejor desde el punto de la sostenibilidad del mantenimiento del campo pero también es la más complicada de conseguir, sobre todo cuando muchos jugadores tienen como campo de referencia, por ejemplo, el Augusta National, el TPC Sawgrass, el campo de Pebble Beach o cualquier otro “hiperverde” campo del Circuito de la PGA.
Este aspecto de la concienciación de los jugadores, que entraría en la que muchos llaman “cultura de golf” y que, aunque en España todavía no llegamos al nivel de países como Irlanda o Reino Unido, está cada vez más extendida, es uno de los grandes retos que se nos plantean a los profesionales del golf (greenkeepers, gerentes, profesores, profesionales, comunicadores, etc.). Tenemos que hacer ver a los socios de los clubes sociales y a los jugadores de los campos públicos que los campos de golf son elementos vivos y variables, que un área un poco seca en una calle no es un fallo del mantenimiento sino una variable más del juego, que un campo es en sí mismo varios campos y que, aunque el pago del green-fee efectivamente da derecho a exigir un cierto nivel de calidad, hay que saber valorar un campo y apreciar esa calidad.
¿Quién no recuerda el campo de Royal Liverpool en 2006, cuando Tiger Woods conquistó su tercer British Open? Gris, amarillento, pelado y, para muchos, feo… pero, en palabras del número uno del mundo, “el mejor campo en donde he jugado nunca”. Si esto lo dijo Tiger deberíamos tenerlo en cuenta a la hora de juzgar cualquier recorrido antes de jugarlo.